Al analizar el fenómeno migratorio no siempre se ha tenido en cuenta el género, subestimándose el papel activo y protagonista de la mujer. Muchas dejan atrás familia e hijos, viene indocumentadas, desvalidas e ignoradas. Vienen con sueños y proyectos; el primero de ellos, traerse a su familia y empezar de cero en un país nuevo. Pero chocan con la realidad, cruda e inexorable.
Hace años era el hombre, el padre de familia, quien salía de su casa en busca de oportunidades, dejando mujer e hijos en el país de origen. Hoy esta realidad está cambiando, la inmigración tiende a feminizarse, como se feminiza la pobreza mundial. La feminización de la inmigración constituye uno de los mayores rasgos de las migraciones modernas del siglo XXI.
Un alto porcentaje de mujeres inmigrantes trabaja en situación de irregularidad, ‘sin papeles’, por lo que tienen que aceptar trabajos precarios, con jornadas mucho más largas de lo que la legalidad permite y con sueldos que no llegan al mínimo legal. Suponen una mano de obra barata, productiva, viniendo a apoyar a una sociedad envejecida.
Además, en el caso de las mujeres con hijos, las duras jornadas de trabajo se unen al cuidado de estos. Al estar en situación irregular, se les hace muy difícil optar a becas de comedor, actividades extraescolares o a conseguir plaza en guarderías publicas. Además de las deficiencias legales, estas mujeres son vulnerables, amenazadas y explotadas; no denuncian por miedo a la expulsión del país.
Cuando es el padre quien se queda en el país de origen, suele ser por la situación de guerra que vive ese país, los hombres se quedan luchando y las mujeres e hijos huyen de una situación extrema de violencia y pobreza.
Pero no todo es negativo: el fenómeno migratorio puede traer cambios no tan negativos a la mujer cuando su sociedad de origen es muy patriarcal. Aquí pueden tener acceso al dinero, más libertad para salir de sus casas sin tanto control masculino, ya sea por parte del esposo o de otros parientes; también tienen opción a replantearse su situación de pareja si permanecen más tiempo fuera y plantearse un posible divorcio o separación que no hubieran sido posibles en su país.
Aunque nos neguemos a aceptarlo, en la práctica persisten y se profundizan las condiciones de discriminación contra las mujeres inmigrantes. Creemos que vienen a quitarnos algo cuando realmente nos aportan muchas cosas a nuestra sociedad. La inmigrante ha sido invisible y lo sigue siendo, a pesar de que cada día miles de personas salen de su país en busca de una vida mejor.
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