Muchos hemos crecido con nuestros abuelos, viviendo con ellos y escuchando sus historias. Ellos también aprendían de nosotros, se mantenían al día en comida, tecnología o televisión. Sin embargo esta convivencia, habitual en un pasado, se ha vuelto extraña en el presente. Los ancianos y los niños han perdido la conexión y con ello, también, enseñanzas vitales.
Recuperando la conexión entre abuelos y nietos
España es un país envejecido, con una media de edad más alta de lo deseable, y no parece que la situación vaya a cambiar. La tasa de defunción ya es mucho más alta que la tasa de natalidad. De hecho, esta última ha descendido en los últimos años notablemente.
Y cuando las cosas no mejoran lo único que se puede hacer es intentar vivir con la situación, para hacerla lo más llevadera posible.
Esto se traduce en buscar alternativas para la tercera edad, intentando mejorar su calidad de vida, con recursos adaptados a su edad y circunstancias.
La soledad a la que se enfrentan la mayoría de ancianos es, para ellos, algo difícil de llevar. Por este motivo, desde asociaciones y centros especializados, se intenta evitar tratando de que las personas mayores se sientan arropadas y activas, puesto que la inactividad y el abandono es lo peor que les puede pasar. Es lo que les va debilitando poco a poco y haciendo que se mermen sus años de vida.
Se ha detectado que los niños y jóvenes no tienen una conciencia de lo que supone hacerse mayor y envejecer, se relacionan con los abuelos o personas mayores de su entorno, pero no empatizan con su modo de vida, ni saben a lo que se enfrentan.
Aprendiendo los unos de los otros
Ya existen en España proyectos pilotos donde se trata de conectar la vida de ancianos con niños, a través de actividades comunes, y con la idea de que sirva para un enriquecimiento mutuo.
Supone una especie de retorno al modelo tradicional en el que abuelos, e incluso bisabuelos, convivían en familia con sus descendientes. A día de hoy esta costumbre apenas existe, los ancianos o viven solos en su casa o están en residencias.
La imagen que en general tenemos de los ancianos es de enfermedad, de apatía y dejadez, y sin proyección de futuro. Por otro lado, si preguntamos a los mayores veremos que tienen una imagen de la infancia demasiado estereotipada: niños malcriados y que no piensan en nadie.
Sin embargo, a partir del momento en el que comencemos a hacer un trabajo conjunto, los más mayores observarán que los niños están deseosos de aprender, y que si en ocasiones se comportan como si los demás no existieran no es por nada concreto, sino tan solo por una empatía a medias de desarrollar. Mientras, los más pequeños apreciarán la sabiduría de los ancianos.
Queda mucho camino por recorrer pero quizás sea el momento adecuado para hacerlo, ahora mismo se dan las circunstancias perfectas.
Con estos cambios los mayores mejoran su autoestima, confianza y funcionamiento vital, lo que dará más sentido y satisfacción a sus vidas. Por su parte los niños se darán cuenta del enorme legado de los mayores, lo que han aportado a su día a día y seguirán aportando.
¿Es beneficioso hacer actividades conjuntas entre ancianos y niños?
¿ Los niños llegan a comprender a los ancianos?
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